Violencia de Género

María, una historia de violencia de género. (CAP 11)

Han pasado muchos meses desde el último capítulo. Enfrentarme a María, a mi pasado, es algo que me duele y me alivia al mismo tiempo. Hay veces que el dolor es más fuerte que el alivio, entonces no puedo escribir. Hay veces que el alivio es más grande que el dolor, dice mi psicólogo en Avilés. Me ayuda pensar que algún día Carmen leerá todo esto, y entenderá. También me ayuda pensar que el mundo está lleno de Marías, y que quizás si salve a una, solo a una, todo esto ya habrá tenido sentido. Si todas nos recolocamos la corona entre nosotras, sin decir a nadie que estaba torcida, quizás, algún día, haya menos Marías.

Y me tembló la mano, y no acerté en la cerradura. Mi mano izquierda tuvo que sujetar firmemente a la derecha para conseguir abrir la puerta. La puerta de mi casa, donde siempre viví, la puerta que encerraba todas mis posesiones, y también en la que habitaba el monstruo. Abrí la puerta mientras mi corazón bombeaba como si me fuera a dar un infarto. Había una piedra en mi pecho, muy caliente y muy pesada. No puedo decir que el miedo me paralizase, porque había algo más poderoso que me hacía querer abrir esa puerta, Carmen. Mi pequeña bebé de pocos meses me esperaba dentro, junto al monstruo. ¿Qué era más fuerte? Yo, desde luego, yo. Sé la hora que era, lo sé porque lo miré. Porque una madre siempre mira las horas para asegurarse de todos los deberes cumplidos.

¿Por qué todo seguía así?

Las 14 horas, marcaba el reloj del pasillo. ¿Hola? ¿Carmen? ¿Cucú? Ninguna respuesta. Pensé que la situación era la de siempre, ¿de qué narices me seguía sorprendiendo? Hay que ver lo sorda y lo ciega que puedo llegar a ser. La casa a oscuras, las persianas bajadas, platos sucios de la cena del día anterior, olor a tedio y a hastío. Mario, durmiendo en la cama. Carmen mal durmiendo en su hamaca, en la cual se supone que no puede dormir ya que es malo para su espalda (según ha explicado el pediatra). Mal tapada con un trozo de manta caída de la cama y puesta con dejadez en su cuerpo medio desnudo. Olor a sudor, a pañales sucios.

Tengo que confesar que no sé qué sucedió después. Hay muchas cosas de esta historia que no recuerdo, supongo que mi mente se protege olvidando, y mis dedos se fuerzan en escribir para no olvidar. Creo que todo fue como siempre, cogí a Carmen, la arrullé, la abracé fuerte y la puse a mamar. Eso suponía acostarme en una cama deshecha, arrugada, y lo hice, lo hice por ella. Con el mayor asco del mundo me tumbé al lado del monstruo. Donde solo había fealdad y odio, cree un poquito de belleza.

Violencia de Género

¿Por qué no pedir ayuda?

Ese día vi que algo tenía que hacer. Pero la solución estaba tan lejos de mi mente, que ni lograba a atisbarla. Si os lo estáis preguntando, si estáis pensando lo evidente, deciros que en ningún momento se me ocurrió llamar a nadie, contar nada, buscar ayuda… En eso consiste el maltrato, en anularte de tal manera que piensas que no hay nada que puedas hacer. Que toca aguantar. Que aunque el mundo piense que hay mucha información, “llama, todas nos merecemos un final feliz” “Llama, ante la violencia, tolerancia cero” Llama, llama tú. No hay nada, o hay nada que entre en la cabeza manipulada de una mujer maltratada.

Yo, que fui siempre educada en el buen trato. En la firme creencia de que si haces las cosas bien, de que si sigues el camino marcado, todo irá bien. Firme creedora de los príncipes a caballo, y de los cuentos de hadas. Yo, allí, maltrato. Eso no podía estar sucediendo.

Y callé y continué. Hazlo por ella, me decía, si te vas, te la quitarán, no la volverás a ver, así están marcadas las cosas. Así me amenazaba Mario. ¿Con qué cosa más grave me podía amenazar? Y así, nos amenazan muchos Marios en este mundo. Para asegurarse que su víctima no se escapa. Para seguir ejerciendo su poder sobre ella, y así, validarse a sí mismo. Vil ser inmundo que necesita el valor de otro.

Hazlo por ella, y por ella me fui, pero esa es otra historia, que contaré más adelante.

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