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María, una historia de violencia de género. (Cap. 2)

Psicólogos Avilés. Psicólogos en Avilés. 

Hola, soy María, tengo 40 años y soy víctima de violencia de género, o ya no.

Un día, hace muchos años, un profesor (Hola F. por si me lees) me dijo que el dolor producía arte. Mi psicóloga también me dice que escriba desde el corazón, desde la emoción. Hoy es un día triste, echo de menos a Carmen, así que creo que es un buen momento para escribir, porque todo fluirá como un río.

Hace mil años yo creía en los cuentos de princesas, en los príncipes encantados llegando a la puerta de mi palacio a lomos de un caballo blanco, con su brillante armadura y una rosa roja en la mano. Pensaba que La Sirenita era lo más. Una princesa fantástica que se enamora de un príncipe y renuncia a todo lo que ella es, lo que la hace diferente, su cola. Renuncia también a su virtud, su canto. Acepta gustosa caminar como si lo hiciese por el filo de una espada y todo… ¡todo por amor! ¡Qué bonito! ¿Qué bonito? Espera. ¿En serio? Vuelve a leerlo otra vez, pero ahora como una persona, no como una princesa. Atroz, ¿verdad? Pues así era yo, inocente y tonta. Mi psicóloga no me deja llamarme tonta, dice que yo era la María de entonces, y que no lo supe hacer mejor porque todavía me quedaba, y me queda, mucho que aprender. Así que, de acuerdo, no era tonta, solo confiada.

Recuerdo una de las primeras citas, cuando conocí a Mario, él era encantador conmigo, sólo le faltaba el caballo. Luego descubrí que todo eso le quedaba demasiado grande, realmente, demasiado gigante, pero no me adelantaré en el orden de los acontecimientos. Ese día, era su cumpleaños, nos conocíamos desde hacía solo unos días, así que pensé que, lo mejor, era hacerle un pequeño regalo simbólico, una figura de dos pajaritos. Me llevó mucho tiempo escogerlo, quería que fuesen perfectos. Aún recuerdo la cara de desprecio cuando abrió el paquete, era la primera de millones de veces que me haría sentir ridícula. “Eres una flower power” me dijo. Supongo, que el regalo le pareció pequeño, ñoño e inútil, así me hizo sentir. Inmediatamente le dije que no, que yo también sabía defenderme y gritar cuando hacía falta. “Ah, así que eres una histérica, como todas” Me contestó. La primera luz de gas, la primera vez que me hacía pensar que estaba loca, que no era adecuada, que todo era mi culpa. Solo hacía 3 días que nos conocíamos, así que nuevamente repliqué, me justifiqué, “no, no soy una histérica, me refiero a que sé defenderme” y lágrimas de frustración empezaron a rodar por mi cara. “¿Ves? una loca llorona.” No sé cómo llegué a casa aquel día, lo recuerdo confuso, pero sí que había un extraño sentimiento de culpabilidad en mí. ¿ Por qué no saliste corriendo? Será tu pregunta. No lo sé, estaba perdida y me sentía culpable, no lo sé.

Al día siguiente, Mario fue fantástico, divertido, ingenioso, yo me reía un montón, y me dije a mí misma que lo del día anterior había sido un malentendido, no tenía importancia. Quizás Mario había tenido un mal día. No pasaba nada. Y me refugié en ese pensamiento como si se tratase de una lancha salvavidas.

Pero esto no acaba aquí, ni mucho menos, me queda tanto que contar…Poco tiempo después, decidimos que podríamos ir a patinar, sería divertido, pero yo no tenía patines. En aquella época, solamente cubría de forma ocasional alguna baja en el hospital, así que mi sueldo era muy pequeño. ¡Pero él quería patinar conmigo! ¡ Qué suerte la mía! Cogí gran parte de mi poco dinero ahorrado y me compré los mejores patines que mi economía podía resistir. Iríamos a patinar el sábado ¡ qué ilusión! ¡Era mi primera vez y él me enseñaría! Yo trabajaba ese viernes, así que él se fue a patinar con una amiga… Sí, con una amiga. Era algo que haríamos juntos, algo especial. Y él se fue con una amiga. No sé qué pasó, solo recuerdo a una llorosa María pidiendo perdón, segunda luz de gas, y solo había pasado una semana. Ese sábado fue conmigo a patinar, y yo le perdoné. “María, no puedes ser tan celosa” me dije, y nuevamente me sentí culpable.

Poco a poco, día a día, yo iba cediéndole el control de mi vida, le regalaba mi preciado tiempo. Muchas veces era bueno conmigo. Claro, si no lo hubiese sido, yo me hubiera marchado, era tonta (no, psicóloga , no lo era, discúlpame) pero no tanto. ¿Os suena el dicho “una de cal y otra de arena?” Pues así era mi relación con Mario. Una pesadilla de círculo, arriba, regular, abajo, regular, arriba. Arriba…a 3 metros sobre el cielo, volando de felicidad. Abajo, en el más ardiente de los infiernos, ariando con lágrimas mi cara.

No voy a decir que me callase, no, yo también metía zarpazos, zarpazos de pequeño gatito asustado en un rincón. Zarpazos por los que luego era castigada con silencios, vacío, desprecio. Así fue como comenzó el miedo. El miedo es el peor enemigo del ser humano, es la linea que separa lo que eres de lo que podrías ser. Yo tenía miedo, y mucho. Esperaba ansiosa el momento de que la rueda volviese a subir. ¡A tres metros sobre el cielo! Y eso sucedía, a veces. Y poco a poco dejaba de ser yo, para ser otra, la novia perfecta, la más guapa, la más graciosa, la mas inteligente, la más adecuada, y mientras hacía eso, María empezaba a consumirse a sí misma.

María, una historia de violencia de género. (Cap1)

María, una historia de violencia de género. (Cap3)

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